20 April 2024
 
  1. LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR : Hch 1,1-11/Sal 47/Ef 1,17-23/Lucas 24, 46-53

ESPERAR EL FUTURO MEJORANDO EL PRESENTE

“Misioneros de jornada completa”

Con esta solemnidad damos  término al tiempo pascual y nos proyectamos durante esa última semana, afianzando nuestra esperanza en la vida futura que el Señor nos promete, y  a esperar ese gran mensaje de Jesús cuando nos diga: “Ahí les envío el Espíritu de Dios”, para que surja en medio de la Iglesia, y para que surja también en el corazón de cada persona. 

Al subir a los cielos el Señor nos asegura una vida perfecta, mucho más allá de este tiempo que estamos viviendo, y porque si nos damos cuenta hermanos, apenas nosotros somos ahora unos simples  inquilinos en esta tierra mortal.

Sabemos que la Pascua  es un acontecimiento enmarcado por tres grandes  dimensiones: La Resurrección del Señor, su Ascensión al Cielo y Pentecostés(el Espíritu Santo enviado por el Señor).

En  el centro del Evangelio encontramos esa maravillosa escena de “Jesús bendiciendo a los apóstoles, separándose de ellos y subiendo lentamente al Cielo; significando la culminación de su vida terrena, la coronación de su obra y significando la inauguración definitiva del Reinado de Dios”. Aquí empieza hermanos para nosotros los amigos del Señor, el tiempo de conformar y fortalecer la Iglesia y el tiempo de mostrarnos como verdadera comunidad cristiana, donde estamos llamados a dar razón de nuestra fe, de nuestra vida, nuestros anhelos y esperanzas.

Construir la Iglesia hermanos es la tarea ordinaria del creyente. La Iglesia es ante todo una comunidad; es un grupo donde nos conocemos, nos queremos y nos ayudamos, y por esto es posible y fácil vivir como Iglesia primeramente en nuestras propias familias.

La Iglesia como comunidad tiene varias características importantes:

  • Es comunidad de fe, porque vive iluminada por Dios; su trabajo no se basa solamente en la técnica o en la razón, sino que siempre está pendiente en lo que el Señor le revela a cada paso.
  • Es comunidad apostólica, donde los que tratamos de vivir como Iglesia procuramos promover siempre sus programas, nos volvemos apóstoles cada uno en nuestro medio, y algunos nos constituimos en apóstoles de tiempo completo, como los seglares comprometidos, los religiosos y religiosas, los diáconos, los sacerdotes y los Obispos.

No es hora hermanos de estar desconcertados, mirando de pronto hacia las nubes como los apóstoles después de la Ascensión. Es  hora de construir nuestra Iglesia con toda la fuerza de nuestra convicción y todo el dinamismo de nuestra esperanza. Llevemos a Jesús en nuestros corazones y contemos siempre con Él, porque Él está y camina siempre a nuestro lado.

El cielo de cada hombre se prepara y de alguna manera se anticipa en este mundo. Esto es lo que quiere decir la predicación y promoción del Evangelio del Reino, aquí y ahora. No debe entonces sorprendernos que el acontecimiento de la Ascensión del Señor sea también el acontecimiento del comienzo de la misión de la Iglesia en el mundo entero: “Vayan y hagan discípulos en todas las naciones”…y así en adelante.

Algunos discípulos deseaban seguir contemplando a Jesús en el cielo, pero Jesús los envía de vuelta a trabajar por el bien de los demás. Tengamos en cuenta hermanos, que en el cristianismo, contemplación y oración, apostolado y compromiso, van siempre juntos.

El misterio de la ascensión del Señor al cielo es en cierto sentido la ceremonia de envío de los misioneros que se dedicarán a la evangelización de tiempo completo. ¿No será acaso esta nuestra misión para nosotros  en el siglo XXI?

Despedida que no entristece…. Esta marcha de Cristo no es una simple separación; los discípulos ven marchar a Jesús no con la tristeza que cabría esperar, sino “con gran alegría”; el Padre nos ha donado en la Iglesia “un Espíritu de Sabiduría y de revelación” (Ef 1,17-18) para que entendamos que la Ascensión es un momento de  despedida gozosa; de hecho, es la confirmación de la divinidad de Cristo, de su victoria sobre la muerte y de su gloriosa resurrección.

Iglesia misionera… El gran encargo para todos nosotros es: ser testigos, predicar la buena Noticia y celebrar los sacramentos

Todos nosotros hermanos trabajamos  para construir el Reino de Dios aquí abajo; el cielo  entonces no es una excusa para librarnos de los compromisos en este mundo; al contrario, debe ser un estímulo para hacer nuestros los problemas de la Iglesia y del mundo

Es bueno que en nuestra acción apostólica y evangelizadora, tengamos presente estos aspectos:

  • Quien no hace nada por cambiar el mundo, nunca va a creer en otro mejor.
  • Quien no lucha contra la injusticia, no cree en un mundo más justo.
  • Quien no trabaja por liberar al hombre del sufrimiento, no cree en un mundo nuevo y feliz.
  • Y quien no hace nada por cambiar y transformar nuestra tierra, no va a creer nunca en el cielo.

Llamados y enviados… Las fiestas (Ascensión y Pentecostés) y sobre todo, el tiempo Pascual  nos dice que tenemos que mirar hacia el cielo, pero también y al mismo tiempo la realidad que nos rodea:

  • Mirar hacia arriba pero con los pies puestos en el suelo: Mirar arriba desde nuestra propia  Jerusalén, desde el lugar donde quizás nos toca sufrir, afrontar dificultades y cargar las cruces, pues sólo así será posible recibir el don del Espíritu Santo.
  • El Espíritu que Cristo promete a sus apóstoles está por llegar también a nuestros corazones pero necesita encontrarlos bien  abiertos y bien generosos.

“Si Cristo ha subido al cielo, con Él debe subir también nuestro corazón” (San Agustín). En cambio, para nosotros no habrá un nuevo Pentecostés si vivimos buscando soluciones fáciles y mágicas, y si huimos de nuestra propia realidad. Si nos desentendemos de los demás; no lo podremos recibir si permanecemos recluidos en nuestro interior espiritualista.

 

  • Tampoco lo podremos recibir si sólo miramos a la tierra y, si no nos abrimos a la esperanza.
  • Si creemos que todo lo podemos hacer con nuestro propio esfuerzo.

El Misterio de la Ascensión del Señor nos afecta también a todos nosotros, porque todo lo que le ocurrió a Cristo, le ocurre también a cada cristiano. Con Cristo, nuestra naturaleza, unida a su persona, entró en Dios. Dice San León Magno: “Hoy hemos recibido la confirmación de poseer no solamente el paraíso, sino que hemos entrado con Cristo hasta las alturas del cielo”.

Para llevarlo a la práctica…

  • La Solemnidad de la Ascensión impulsa a todos los cristianos a buscar y saborear los bienes del cielo y nos exhorta a renovar nuestra vida y, a elevar la mirada por encima de la tierra.
  • Que nuestro corazón busque siempre los bienes de arriba.

VIII:  SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES: Hch 2,1-11/Sal 104/1Co 12,3b-7.12-13/Jn 20, 19-23.

                                               EL ESPÍRITU QUE UNE Y RECONCILIA

Jesús ya ha concluido su etapa terrena y su condición humana entre nosotros e inicia su presencia misteriosa en medio del mundo; presencia que se convierte en un ofrecimiento diario, con la compañía del Espíritu que nos deja el mismo Jesús y viviendo plenamente según sus enseñanzas.  Cuando nosotros entendemos  esta fuerza del espíritu que nos envía el Señor, comprendemos que nuestra vida se transforma mediante el seguimiento de Jesús.