Recursos pedagógicos
35. Decir mucho en poco
«La preocupación por la forma de predicar también es una actitud profundamente espiritual. Es responder al amor de Dios, entregándonos con todas nuestras capacidades y nuestra creatividad a la misión que Él nos confía; pero también es un ejercicio exquisito de amor al prójimo, porque no queremos ofrecer a los demás algo de escasa calidad. […] “Resume tu discurso. Di mucho en pocas palabras” (Si 32,8)».
36. Usar imágenes en la predicación
«Sólo para ejemplificar, recordemos algunos recursos prácticos, que pueden enriquecer una predicación y volverla más atractiva. […] aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. […] Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener “una idea, un sentimiento, una imagen”».
37. Sencillez en el lenguaje
«La sencillez tiene que ver con el lenguaje utilizado. Debe ser el lenguaje que comprenden los destinatarios para no correr el riesgo de hablar al vacío […] Frecuentemente sucede que los predicadores usan palabras que aprendieron en sus estudios y en determinados ambientes, pero que no son parte del lenguaje común de las personas que los escuchan […] El mayor riesgo para un predicador es acostumbrarse a su propio lenguaje y pensar que todos los demás lo usan y lo comprenden espontáneamente».
38. Claridad en el lenguaje
«La sencillez y la claridad son dos cosas diferentes. El lenguaje puede ser muy sencillo, pero la prédica puede ser poco clara. Se puede volver incomprensible por el desorden, por su falta de lógica, o porque trata varios temas al mismo tiempo. Por lo tanto, otra tarea necesaria es procurar que la predicación tenga unidad temática, un orden claro y una conexión entre las frases, de manera que las personas puedan seguir fácilmente al predicador y captar la lógica de lo que les dice».
39. Lenguaje positivo
«Otra característica es el lenguaje positivo. No dice tanto lo que no hay que hacer sino que propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta mostrar también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento».
CÓMO MEJORAR NUESTRA PREDICACIÓN
13 Septiembre 2013. Columna del P. Antonio Rivero, L.C. Doctor y profesor de Teología y de Oratoria en el Seminario Mater Ecclesiae en São Paulo, Brasil
A MODO DE RESUMEN
La expresión oratoria abarcaría estos aspectos:
Expresión oral:
La construcción gramatical y sintáctica de las frases debe ser correcta.
Hay que evitar anacolutos, es decir, frases sin terminar y expresiones incoherentes.
Eliminar todo tipo de estribillos o muletillas: “¿no?, “Bueno”, “pues”, “¿verdad?”.
Construir con claridad, concisión y precisión cada una de las frases o períodos.
Buscar la brevedad, evitando rodeos. “Lo breve si bueno, dos veces bueno”, decía Baltasar Gracián, escritor español del siglo XVII, siglo de oro español.
Sentimiento:
Estar convencidos de lo que se predica para poder sentirlo y transmitirlo.
Declamar con calor, identificado con los sentimientos que se expresan. Calor no significa gritar sin necesidad o teatralizar artificialmente.
Estudiar el discurso y sus sentimientos antes de pronunciarlo.
Voz:
No lamentarse de la voz que se tiene o envidiar voces ajenas, sino más bien estudiar la propia para aprovecharla al máximo y educarla.
Modularla para matizar lo mejor posible el discurso.
No forzarla sino usarla como en una conversación. Cicerón diría: “porque algunos oradores ya ladran, no hablan” (Bruto 15, 58).
Usar un tono de voz moderado: ni grave ni agudo; nunca monótono.
El tono de voz debe ser acomodado a la idea, al sentimiento e incluso al local.
No usar un tono meloso, dulzón o demasiado áspero.
Conseguir variedad de tonos; para ello, hace falta variedad de sentimiento.
Evitar tonillos regionales o personales.
Evitar, además, tonos dictatoriales, solemnes, políticos, efectistas.
A la voz y al gesto corporal, sobre todo cabeza y manos, debe ir unida la expresión del semblante (Cicerón, De Oratore III, 56, 213).
Criterio general: a cada discurso y a cada parte, el tono que le corresponda.
Continuaremos con este resumen de la expresión oratoria la próxima semana.
QUÉ DEBEN EVITAR LOS PREDICADORES EN SU HOMILÍA
12 Julio 2013. Columna del Padre Antonio Rivero, L.C. Doctor, profesor de espiritualidad y oratoria, y director espiritual en el seminario Mater Ecclesiae de Brasil Después de haber hablado de la predicación de los Ejercicios Espirituales, hoy quiero deleitarles con este tipo de homilías que deberíamos evitar. Así pueden ustedes esbozar una sonrisa franca, después de haberme aguantado la explicación árida de los Ejercicios Espirituales.
HOMILÍAS QUE DEBEMOS EVITAR SIEMPRE
Homilía improvisación: es la que el sacerdote prepara cuando se está poniendo el alba, el cíngulo, la estola y la casulla para la santa misa.
Homilía libresca: homilía con mucho sabor a libro y escritorio; homilía académica, marmórea…pero carente de corazón y de conocimiento de los oyentes.
Homilía arqueológica: homilía donde el predicador quiere siempre incursionar en detalles secundarios sobre los fariseos, esenios, dracmas, estadios, hora sexta, atrio, pozo…No explica el mensaje de Dios sino curiosidades periféricas.
Homilía romántica que quiere arrancar lágrimas, sonrisas y azúcar en el oyente, a base de exclamaciones, interjecciones, gritos, lenguaje paternalista con adjetivos tiernos, diminutivos o aumentativos.
Homilía demagógica que a base de palabras y más palabras para quedar bien con el público, traiciona tanto el mensaje evangélico como al destinatario, agrandando o empequeñeciendo, desfigurando y distorsionando la doctrina de Cristo.
Homilía literaria: más que una predicación sagrada es un ejercicio literario o poético.
Homilía antológica: la homilía se convierte en una oportunidad para recordar y sacar a colación todas las frases, sentencias, textos, poesías, definición que el predicador aprendió de memoria o que tenía en sus archivos.
Homilía molusco: invertebrada, blandengue, gelatina escurridiza, sin argumento, sin contenido, sin tema. No termina un tema cuando comienza otro.
Homilía ladrillo: sólo ideas sin relación con la vida de los oyentes. La homilía tiene que llegar, por así decir, a la cocina de esa mujer de casa, al puesto de trabajo de ese buen padre de familia, a los pupitres de ese estudiante…Esta homilía-ladrillo no llega.
Homilía espaguetti: se enrolla y se enrolla sobre el mismo asunto, aburriendo a los oyentes y haciéndoles bostezar.
Homilía cursillo: trata muchos temas sin concretar ninguno.
Homilía repetición del evangelio. No sabe sacar un mensaje de ese evangelio para sus oyentes, y lo único que hace es repetir lo que se leyó en el evangelio. ¿Será posible que el predicador sea incapaz de zurcir una homilía jugosa con una sola idea bien expresada? ¡El oyente no es tonto, por favor!
Homilía técnica: usar todo el tiempo lenguaje teológico que la gente no entiende (metanoia, kénosis, anáfora, parusía, epifánico, histérico, pneumático, mistagogo, escatología, transubstanciación…). La homilía no es una clase de teología, sino una conversación cordial con sus oyentes y parroquianos.
Homilía callejera: el predicador salpica todo el tiempo con jerga vulgar y chocarrera. Así se rebaja la palabra de Dios, la dignidad del profeta y la dignidad de los fieles que san Pablo llama “santos en el Señor”. El predicador no debe nunca rebajarse, pues está hablando en nombre de Cristo y de la Iglesia.
Homilía de mal piloto: el predicador no sabe despegar ni aterrizar, y da vueltas y más vueltas y nunca termina. “Y ya para terminar”…y vuelve a subir a las nubes…”y ya para terminar”…y vuelve a subir. Termine y punto, por favor.
Si alguno de ustedes, con más experiencia y chispa que yo, tiene otro tipo de homilías que deberíamos evitar, mándeme un mensaje, por favor, que mucho se lo agradeceré.
Columna del P. Antonio Rivero, L.C. Doctor y profesor de Teología y de Oratoria en el Seminario Mater Ecclesiae en São Paulo, Brasil
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