26 April 2024
 

18 Agosto 2013. Educar con la presencia y el testimonio. “Culminación de la semana por la familia en Brasil”. Todo proceso de relacionamiento humano es portador de un gran bien encontrado y compartido. Pero ninguno se iguala al bien transmitido por el testimonio. En especial el de los padres comunicados a los hijos, debido al testimonio de la espontaneidad, gratuidad, reciprocidad, del relacionamiento marido y esposa, del trabajo en favor del bien de la familia, de la práctica de la fe, etc. Autor: Padre Wladimir Porreca

 

Los padres por su presencia al comunicar la propia experiencia a los hijos les incentivan en la propia libertad, motivándolos para que también ellos busquen y encuentren el bien mayor de la vida, aquello que da razón a todos los sacrificios y a todas las esperanzas. Así, los hijos pueden verificar la verdad de cuanto los padres proponen.

La presencia de la vida y de la fe de los padres en la vida cotidiana de los hijos es el mayor don, la mayor herencia, la contribución más eficaz y eficiente que un padre o madre pueda ofrecerles.

Más que dar o proporcionar cosas, los hijos desean la presencia de los padres en todo lo que les sucede. La presencia de los padres es un elemento decisivo y condicionante para la felicidad y realización de los hijos, que se infunde en el corazón de ellos y que nada podrá borrar.

El niño es como una “esponja” que, casi sin darse cuenta, absorbe modos de ser y de pensar, modos de relacionarse con todo, a partir del ambiente en el cual está insertado, especialmente en los primeros años de vida, que son los más decisivos, inclusive de un punto de vista psicológico.

Aunque el tiempo que un padre o una madre tienen para dedicar a su hijo sea poco a causa del trabajo, ese mínimo de valores y conducta que transmiten tiene una “fuerza” mucho mayor que aquello que el catequista o el profesor de religión pueda decirle al niño acerca del valor de la vida, de la fe y de la religión. Son momentos preciosos para enraizar en el niño la certeza de un relacionamiento con Dios, con Jesús, lo que es decisivo para la vida y que no depende del estado de ánimo.

Cuando los padres se vuelven inciertos acerca de su propia experiencia, dudosos de la fe, perplejos delante de la tradición de la Iglesia que, quizás juzgan con los mismos criterios de los medios de comunicación, entonces serán incapaces de indicar un camino correcto para los hijos y dejarán vacío un espacio que otros llenarán, según sus propios intereses.

Cuando el adulto no tiene, o aún no comunica una percepción positiva de la vida y de la fe, fundada sobre la experiencia que tiene con su familia, deja sus hijos en un pantano o en las arenas movedizas de esta cultura relativista y fragmentada, y omite indicar dónde están las piedras sobre las cuales poner los pies en el camino que conduce fuera del pantano.

Puede suceder que muchos padres encuentren dificultades para hacer crecer y educar a los jóvenes, argumentando que ellos son frutos de una generación que vivió experiencias frágiles e inciertas y que no tiene nada que comunicar.

En la confusión propia de nuestro tiempo, es importante recordar a los padres la sabiduría con la cual el propio Creador dotó a todo el género humano para explicar el significado de la vida y de la muerte, del bien y del mal, de la alegría y del dolor, del trabajo y de la amistad, del sacrificio y de la esperanza. Y más aún, recordar que junto con la orden: “Creced y multiplicaos y dominad la tierra” existe una presencia que les confiere una gracia de estado que los acompaña en los diversos desafíos que la vida les impone.

Para educar los hijos en la fe sugerimos la catequesis familiar, en la cual los padres serán capacitados por la comunidad parroquial en la educación de sus hijos en la fe y a realizar en la comunidad la acogida de otras experiencias.

Una experiencia positiva, entre tantas otras, fue en la parroquia Santa Cruz, en Santa Cruz de las Palmeiras -SP, donde los padres estaban reunidos para un encuentro de formación, donde y había también un encuentro para los niños y adolescentes con otros adolescentes (dimensión comunitaria) para integración. Y ambos, padres e hijos, estaban animados para participar y organizar las celebraciones litúrgicas y actuar en las pastorales y movimientos.