Parodiando el magnífico documento: para una pastoral de la cultura, del Consejo pontificio para la cultura, emanado el 23 de Mayo del año 1999, encuentro unas líneas de orientación en la estrecha relación que existe entre la virtud de la fe y el fenómeno cultural como expresión de la forma de ser de cada pueblo o nación; por ende, de la inculturación de la fe en cada una de las culturas. Autor: Hermana, Yolanda Toro Escalante.
La Iglesia, mensajera de Cristo, Redentor del hombre, ha adquirido en nuestro tiempo una nueva conciencia de la dimensión cultural de la persona y de las comunidades humanas.
El concilio Vaticano II, en particular la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo y el Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, los Sínodos de los obispos sobre la evangelización en el mundo moderno y sobre la catequesis en nuestro tiempo, recapitulados por las exhortaciones apostólicas Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y Catechesi Tradendae de Juan Pablo II, proponen a este respecto un rico magisterio, concretado por las sucesivas asambleas especiales del Sínodo de los obispos por continentes y las exhortaciones apostólicas post-sinodales del Santo Padre.
La inculturación de la fe ha sido objeto de una reflexión en profundidad por parte de la Comisión bíblica pontificia[1] y de la Comisión teológica internacional[2]. El Sínodo extraordinario de 1985, con ocasión del vigésimo aniversario de la conclusión del concilio Vaticano II, citado por Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio, la presenta como «una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas humanas» (n. 52). El papa Juan Pablo II, en numerosas intervenciones en el curso de sus viajes apostólicos, así como las Conferencias generales del Episcopado latinoamericano en Puebla y Santo Domingo[3], han actualizado y desarrollado esta dimensión nueva de la pastoral de la Iglesia en nuestro tiempo, para llegar a los hombres en su cultura.
Con la Palabra cultura, se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios[4] (Cfr. Gaudium et Spes 53b). de modo que puedan llegar a un nivel verdadera y plenamente humano (Cfr. Gaudium et Spes 53ª) es el estilo de vida común (Cfr. Gaudium et Spes 53c) que caracteriza a los diversos pueblos; por ello se habla de una pluralidad de culturas (Cfr. Gaudium et Spes 53c). La cultura así entendida abarca la totalidad de la vida de un pueblo: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que al ser participados en común por sus miembros, los reúne en base a una misma –conciencia colectiva.- (Cfr. Evangelii Nuntiandi. N.18).
No hay cultura si no es del hombre, por el hombre y para el hombre. Abarca toda la actividad del hombre, su inteligencia y su afectividad, su búsqueda de sentido, sus costumbres y sus recursos éticos. La cultura es tan connatural al hombre, que la naturaleza de éste no alcanza su expresión plena sino mediante la cultura. El cometido esencial de una pastoral de la cultura consiste en devolver al hombre su plenitud de criatura «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26), alejándolo de la tentación antropocéntrica de considerarse independiente del Creador. Así pues -y esta observación es de suma importancia para una pastoral de la cultura-, «no se puede negar que el hombre existe siempre en una cultura concreta, pero tampoco se puede negar que el hombre no se agota en esta misma cultura.
Por otra parte, el progreso mismo de las culturas demuestra que en el hombre existe algo que las transciende. Este algo es precisamente la naturaleza del hombre. Esta naturaleza es la medida de la cultura y es la condición para que el hombre no sea prisionero de ninguna de sus culturas, sino que defienda su dignidad personal viviendo de acuerdo con la verdad profunda de su ser» (Veritatis Splendor n. 53).
La cultura, en su relación esencial con la verdad y el bien, no puede brotar únicamente de la experiencia de necesidades, de centros de interés o de exigencias elementales. «La dimensión primera y fundamental de la cultura -subrayaba Juan Pablo II en un discurso a la Unesco-, es la sana moralidad: la cultura moral»[5]. «Las culturas, cuando están profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura típica del hombre a lo universal y a la trascendencia» (Fides et Ratio, n. 70). Marcadas por el dinamismo de los hombres y de la historia, en tensión hacia su plenitud (cf. ib., n. 71), las culturas participan también del pecado de aquéllos y, por eso, exigen el necesario discernimiento por parte de los cristianos. Cuando el Verbo de Dios, en la Encarnación, asume la naturaleza humana en su dimensión histórica y concreta, excepto el pecado (Heb 4,15), la purifica y la lleva a su plenitud en el Espíritu Santo. Al revelarse, Dios abre su corazón a los hombres «con hechos y palabras intrínsecamente relacionados entre sí» y les hace descubrir en su lenguaje de hombres los misterios de su amor «para invitarlos a entrar en comunión con Él» (Dei Verbum, n. 2).
Existe propiamente una estrecha relación entre la Fe y la Cultura: La tarea de la evangelización de la cultura debe ser enfocada sobre el telón de fondo de una arraigada tradición cultural, desafiada por el proceso de cambio cultural que América Latina y el mundo entero viene viviendo en los tiempos modernos.[6] Precisamente la Iglesia cuando anuncia el Evangelio[7], se encarna en los pueblos y asume sus culturas. Instaura una estrecha relación con ella. La fe transmitida por la Iglesia es vivida a partir de una cultura presupuesta, esto es, por creyentes –vinculados profundamente a una cultura y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas.-[8]
Ahora, las culturas no son terreno vacío, carente de auténticos valores. La evangelización de la Iglesia no es un proceso de destrucción sino de consolidación y fortalecimiento de dichos valores. La Iglesia parte en su evangelización de aquellas semillas esparcidas por Cristo y de estos valores, frutos de propia evangelización.[9] La misma Iglesia al proponer la Buena Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza los desvalores. Establece por consiguiente, una crítica de las culturas. La Iglesia tiene la misión de dar testimonio del –Verdadero Dios y del único Señor.-[10]
La Buena Noticia del Evangelio tuvo sus inicios en el marco de una cultura. Para revelarse, entrar en diálogo con los hombres e invitarlos a la salvación, Dios se escogió, de entre el amplio abanico de las culturas milenarias nacidas del genio humano, un pueblo, cuya cultura originaria Él penetró, purificó y fecundó. La historia de la Alianza marca el inicio de una cultura que Dios mismo inspiró a su pueblo. La sagrada Escritura es el medio que Dios quiso utilizar para revelarse, lo cual la eleva a un plano supracultural. «En la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que usaban de todas sus facultades y talentos» (Dei Verbum, n. 11).
En la sagrada Escritura, palabra de Dios, que constituye la inculturación originaria de la fe en el Dios de Abraham, Dios de Jesucristo, «la palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano» (ib., n. 13). El mensaje de la revelación, inscrito en la historia sagrada, se presenta siempre revestido de un ropaje cultural del cual es inseparable, pues constituye parte integrante de aquélla. La Biblia, palabra de Dios expresada en el lenguaje de los hombres, representa el arquetipo del encuentro fecundo entre la palabra de Dios y la cultura.
La vocación de Abraham es ilustradora: «Sal de tu tierra y de tu patria, y de la casa de tu padre» (Gn 12,1). «Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, peregrinó por la Tierra prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas (...), pues esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Heb 11,8-10). La historia del pueblo de Dios comienza con una adhesión de fe, que es también una ruptura cultural, para culminar en la Cruz de Cristo, ruptura por excelencia, elevación de la tierra, pero también centro de atracción que orienta la historia del mundo hacia Cristo y convoca en la unidad a los hijos de Dios dispersos: «Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,31).
La ruptura cultural con la cual se inicia la vocación de Abraham, «padre de los creyentes», traduce lo que acontece en lo profundo del corazón del hombre cuando Dios irrumpe en su existencia para revelarse y suscitar el compromiso de todo su ser. Abraham es arrancado de raíz de su humus cultural y espiritual, para ser trasplantado por Dios, mediante la fe, a la Tierra prometida. Más aún, esta ruptura subraya la diferencia fundamental de naturaleza entre la fe y la cultura. Al contrario de los ídolos, que son producto de una cultura, el Dios de Abraham es el totalmente otro. Mediante la revelación entra en la vida de Abraham. El tiempo cíclico de las religiones antiguas ha caducado: con Abraham y el pueblo judío comienza un nuevo tiempo, que convierte la historia de los hombres en camino hacia Dios. No es un pueblo que se fabrica un dios; es Dios que da nacimiento a su pueblo como pueblo de Dios.
Por ello, la cultura bíblica ocupa un puesto único. Es la cultura del pueblo de Dios, en cuyo corazón Él se ha encarnado. La promesa hecha a Abraham culmina en la glorificación de Cristo crucificado. El padre de los creyentes, en tensión hacia el cumplimiento de la promesa, anuncia el sacrificio del Hijo de Dios sobre el leño de la cruz. En Cristo, que vino a recapitular toda la creación, el amor de Dios convoca a todos los hombres a compartir la condición de hijos. El Dios totalmente otro se manifiesta en Jesucristo, totalmente nuestro: «El Verbo del Padre eterno, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres»[11] Así, la fe tiene la capacidad de llegar hasta el corazón de toda cultura para purificarlo, fecundarlo, enriquecerlo y darle la posibilidad de desplegarse según la medida inconmensurable del amor de Cristo. Así, la recepción del mensaje de Cristo suscita una cultura cuyos dos componentes fundamentales son, por una razón totalmente nueva, la persona y el amor.
El amor redentor de Cristo revela, más allá de los límites naturales de las personas, su valor profundo, que se manifiesta por la acción de la Gracia, don de Dios. Cristo es la fuente de esta civilización del amor, anhelada con nostalgia por los hombres tras la caída en el pecado original, en el jardín del Edén, y que Juan Pablo II, siguiendo de Pablo VI, no cesa de invitarnos a realizar concretamente junto con todos los hombres de buena voluntad. El vínculo fundamental del Evangelio, es decir, de Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su humanidad, es creador de cultura en su fundamento mismo.
Al vivir el Evangelio, como lo atestiguan dos mil años de historia, la Iglesia esclarece el sentido y el valor de la vida, amplía los horizontes de la razón y afianza los fundamentos de la moral humana. La fe cristiana auténticamente vivida revela en toda su profundidad la dignidad de la persona y la sublimidad de su vocación[12]. Desde sus orígenes, el cristianismo se distingue por la inteligencia de la fe y la audacia de la razón. Son testigos de ello pioneros como san Justino o san Clemente de Alejandría, Orígenes y los Padres capadocios. Este encuentro fecundo del Evangelio con las filosofías hasta nuestros días ha sido evocado por Juan Pablo II en su encíclica Fides et Ratio (cf. n. 36-48). «El encuentro de la fe con las diversas culturas de hecho ha dado vida a una realidad nueva» (ib., n. 70): crea así una cultura original en los contextos más diversos.
2- DIFERENCI ENTRE EVANGELIZAR LAS CULTURAS E INCULTURAR EL EVANGELIO?
La evangelización y la inculturación: La evangelización propiamente dicha consiste en el anuncio explícito del misterio de salvación de Cristo y de su mensaje, pues «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4). «Por tanto, es necesario que todos se conviertan a Él, conocido por la predicación de la Iglesia, y por el bautismo sean incorporados a Él y a la Iglesia, que es su Cuerpo» (Ad gentes, n. 7). La novedad que brota incesantemente de la revelación de Dios «con hechos y palabras intrínsecamente relacionados entre sí» (Dei Verbum, n. 2), comunicada por el Espíritu de Cristo que actúa en la Iglesia, expresa la verdad acerca de Dios y la salvación del hombre. El anuncio de Jesucristo, «que es a la vez Mediador y plenitud de toda la revelación» (Ibid.), pone de manifiesto los Semina Verbi escondidos y a veces como enterrados en el corazón de las culturas, y los abre a la medida misma de la capacidad de infinito que Él ha creado y que viene a colmar en la admirable condescendencia de su Sabiduría eterna (cf. Dei Verbum, n. 13), transformando su proyecto de sentido en aspiración a la trascendencia, y las expectativas en puntos de apoyo para la acogida del Evangelio. Mediante el testimonio explícito de su fe, los discípulos de Jesús impregnan de Evangelio la pluralidad de las culturas.
«Evangelizar significa para la Iglesia llevar la buena nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad (...). Se trata también de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación.
Lo que importa es evangelizar, no de una manera decorativa, como con un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces, la cultura y las culturas del hombre, en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et Spes, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios.
Ciertamente, el Evangelio, y por consiguiente la evangelización, no se identifican con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas. Evangelio y evangelización, independientes con respecto a las culturas, no son necesariamente incompatibles con ellas, sino que son capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna.
La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo. (...) De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la buena nueva» (Evangelii Nuntiandi, nn. 18-20). Para hacerlo, es necesario anunciar el Evangelio con el lenguaje y la cultura de los hombres.
Esta buena nueva se dirige a la persona humana en su compleja totalidad, espiritual y moral, económica y política, cultural y social. La Iglesia, por ello, no duda en hablar de evangelización de las culturas, es decir, de las mentalidades, de las costumbres, de los comportamientos. «La nueva evangelización pide un esfuerzo lúcido, serio y ordenado para evangelizar la cultura» (Ecclesia in América, n. 70).
Si las culturas, cuya totalidad está constituida por elementos heterogéneos, son cambiantes y caducas, el primado de Cristo y la universalidad de su mensaje son fuente inagotable de vida (cf. Col 1,8-12; Ef 1,8) y de comunión. Los misioneros del Evangelio, portadores de esta novedad absoluta de Cristo al corazón de las culturas, no cesan de rebasar los límites propios de cada cultura, sin dejarse encerrar en las perspectivas terrestres de un mundo mejor. «El reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn 18,36). Por eso, la Iglesia o pueblo de Dios, al hacer presente este reino, no quita ningún bien temporal a ningún pueblo. Al contrario, favorece y asume las cualidades, las riquezas y las costumbres de los pueblos en la medida en que son buenas, y, al asumirlas, las purifica, las desarrolla y las enaltece» (Lumen Gentium, n. 13).
El evangelizador, cuya fe está ligada a una cultura, ha de dar abierto testimonio del puesto único de Cristo, de la sacramentalidad de su Iglesia, del amor de sus discípulos a todo hombre y a «todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio» (Flp 4,8), lo que implica el rechazo de todo lo que sea fuente o fruto del pecado en el corazón de las culturas.
«Un problema ulterior nace de la exigencia, hoy intensamente sentida, de la evangelización de las culturas y de la inculturación del mensaje de la fe» (Pastores Dabo Vobis, n. 55). Una y otra van unidas, en un proceso de mutuo intercambio, que exige el ejercicio permanente de un discernimiento riguroso a la luz del Evangelio, a fin de identificar valores y contravalores presentes en las culturas, construir sobre los primeros y luchar enérgicamente contra los segundos. «Por medio de la inculturación, la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad; transmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde dentro. Por su parte, con la inculturación, la Iglesia se hace signo más comprensible de lo que es e instrumento más apto para la misión» (Redemptoris Missio, n. 52).
La inculturación, «necesaria y esencial» (Pastores Dabo Vobis, n. 55), alejada tanto del arqueologismo como del mimetismo intramundano, «está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas». «En este encuentro, las culturas no sólo no se ven privadas de nada, sino que, por el contrario, son animadas a abrirse a la novedad de la verdad evangélica, recibiendo incentivos para ulteriores desarrollos» (Fides et Ratio n. 71).
En sintonía con las exigencias objetivas de la fe y la misión de evangelizar, la Iglesia tiene en cuenta este dato esencial: el encuentro entre la fe y las culturas se realiza entre dos realidades que no son del mismo orden. Por tanto, la inculturación de la fe y la evangelización de las culturas constituyen un binomio que excluye toda forma de sincretismo.[13] Ése es «el sentido auténtico de la inculturación. Ésta, ante las culturas más dispares y a veces contrapuestas, presentes en las distintas partes del mundo, quiere ser una obediencia al mandato de Cristo de predicar el Evangelio a todas las gentes hasta los últimos confines de la tierra. Esta obediencia no significa sincretismo, ni simple adaptación del anuncio evangélico, sino que el Evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación que proviene de Cristo»[14].
Los sucesivos Sínodos de los obispos han subrayado la particular importancia que tiene para la evangelización esta inculturación a la luz de los grandes misterios de la salvación: la encarnación de Cristo, su nacimiento, su pasión y Pascua redentora, y Pentecostés, que, por la fuerza del Espíritu, concede a cada uno escuchar en su propia lengua las maravillas de Dios.[15]
Las naciones convocadas en torno al cenáculo el día de Pentecostés no escuchan en sus respectivas lenguas un discurso sobre sus propias culturas humanas, sino que se sorprenden al oír, cada uno en su lengua, a los Apóstoles anunciar las maravillas de Dios. Si bien es cierto que el mensaje evangélico no se puede aislar pura y simplemente de la cultura en la que está inserto desde el principio, ni tampoco, de las culturas en las que ya se ha expresado, sin embargo, su fuerza es en todas partes transformadora y regeneradora[16]. «El anuncio del Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural propia (...), favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena explicitación en la verdad».[17]
Ahora, «Teniendo presente la relación estrecha y orgánica entre Jesucristo y la palabra que anuncia la Iglesia, la inculturación del mensaje revelado tendrá que seguir la "lógica" propia del misterio de la Redención (...). Esta kénosis necesaria para la exaltación, itinerario de Jesús y de cada uno de sus discípulos (cf. Flp 2,6-9), es iluminadora para el encuentro de las culturas con Cristo y su Evangelio. Cada cultura tiene necesidad de ser transformada por los valores del Evangelio a la luz del misterio pascual» (Ecclesia in Africa n. 61).
La ola dominante de secularismo que se extiende a través de las culturas, a menudo idealiza, con la fuerza de sugestión de los medios de comunicación social, modelos de vida que son la antítesis de la cultura de las Bienaventuranzas y de la imitación de Cristo pobre, casto, obediente y manso de corazón. De hecho, hay grandes obras culturales que se inspiran en el pecado y pueden incitar a él. «La Iglesia, al proponer la buena nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza los desvalores. Establece, por consiguiente, una crítica de las culturas..., crítica de las idolatrías, es decir, de los valores erigidos en ídolos, de aquellos valores que una cultura asume como absolutos, sin serlo»[18].
La razón fundamental de la evangelización es la participación de todos en la VIDA. La inculturación es un camino que apunta hacia esa participación. Los cristianos imaginan y realizan el encuentro con la vida en el seguimiento de Jesús y en el anuncio del Dios de la Vida. Buscan "la brisa suave" de la vida, sobre todo, en las grietas de la vida mutilada de los pobres y de los olvidados. La inculturación mira a asumir a los últimos como próximos y primeros. Su vida es el lugar preferencial de la epifanía del Señor.
Nuestro acercamiento a los Otros en nombre del Evangelio de la vida encuentra su matriz en la cercanía de Dios. La inculturación, cuya meta es la liberación para que la vida de todos sea completa, solamente vale la pena si nuestra vida está marcada por el Dios-Con-Nosotros, su apertura, gratuidad, libertad y solidaridad. La inculturación, en cuanto inserción en la cultura de Otro, es un aprendizaje siempre precario que intenta revertir prácticas de una evangelización colonizadora. Si el punto de partida de la inculturación es la presencia en medio de la vida fragmentada, el punto de llegada es la participación en la vida integral. Vida fragmentada y vida integral son articuladas por una propuesta, el Evangelio, y por un camino a recorrer, la misión.
Es difícil hablar de inculturación, sin antes hacer algunas opciones antropológicas. En el campo de las culturas, en los escritos de los científicos sociales no se habla del pueblo, es un campo con poca precisión. Cada uno entiende algo diferente cuando habla de "cultura".
Las culturas son construcciones históricas en proceso; son herencias sociales que desafían a cada generación para discernir entre la necesidad de asumir esa herencia y transformar las partes caducas de ella. Somos herederos y constructores de cultura.
A través de la cultura, inventamos y desvelamos el mundo. Los grupos humanos miran siempre al mundo con ojos culturales y tratan al mundo con instrumentos culturales. "Cultura" significa "lectura del mundo" y "proyecto de vida".
Las culturas son construcciones heredadas. Las personas humanas son autores y productos de sus culturas. Todos somos herederos y agentes históricos de nuestras culturas. La cultura es una herencia social, no una herencia biológica. Ella nos califica como persona humana y nos distingue del reino biológico de los animales (libertad).
Cada pueblo construye su cultura en el transcurrir de miles de años. La relación del animal con el mundo es una relación inmediata, dirigida por programaciones biológicas, como los instintos y los impulsos. La relación de los grupos humanos con el mundo es una relación mediada por instrumentos y herramientas, como mitos, lenguas, arte, tecnologías, religión, filosofías, conceptos y conocimientos científicos.
En cuanto seres humanos, somos biológicamente mucho más frágiles. Sin nuestra cultura no conseguiríamos sobrevivir. Las culturas son las muletas que los grupos sociales inventan para vivir y compensar su precariedad biológica. Las culturas son aprendidas; no están en la sangre. Por eso podemos aprender otras culturas.
La aproximación cultural tiene varios niveles y objetivos. La enculturación o socialización cultural, la aculturación, la integración y la inculturación. La inculturación es el intento de asumir las expresiones culturales de otro grupo social, a fin de comunicar el Evangelio.
La primera aproximación cultural sucede cuando aprendemos nuestra propia cultura en la casa, en la calle y en la escuela. A tal aprendizaje llamamos enculturación, enculturación o socialización cultural. Hay una gran diferencia, si aprendemos nuestra cultura (enculturación), desde la infancia, o si aprendemos, ya adultos, una segunda cultura (inculturación). Como no todos tenemos la misma facilidad para aprender una segunda lengua, también para un segundo aprendizaje cultural no todos tenemos la misma habilidad.
La aculturación es la aproximación y el intercambio entre dos culturas diferentes de las que puede nacer una tercera cultura. La aculturación no es un encuentro cultural inocente, porque tal aproximación no sucede en condiciones simétricas (de igualdad). En el campo cultural se reproducen las asimetrías (desigualdades) sociales y políticas de la sociedad. En realidad, lo que sucede en la aculturación es que la cultura de los dominantes políticamente se impone a los demás haciendo concesiones periféricas o folklóricas en campos secundarios (comida, ropa, danzas, adornos). Una Misa con adornos de culturas indígenas, afroamericanas o populares ahora no es una Misa inculturada. Es una Misa, culturalmente folklórica.
La aculturación, de hecho, sucede por todas partes. Pero, no es una meta para la evangelización inculturada. No tiene fundamento bíblico, ni teológico. Dios no se aculturó en el mundo. Se encarnó en este mundo por medio de Jesús de Nazaret. Jesús no vino para un encuentro a medio camino. No descendió un poco para levantar a la humanidad un poco por encima. El no se adornó con la cultura de su pueblo. Dios descendió y se encarnó en la condición más vil de la humanidad, en el pesebre y en la cruz, un sin casa y un sin tierra.
Otro modo de aproximación cultura en América fue la integración colonial. Los conquistadores intentaran colocar a los conquistados en el interior y, al mismo tiempo, en la periferia de su cultura. Tanto la integración del otro en mi universo cultural, como la identificación de la mía con la cultura del Otro, son destructivas frente a la alteridad el otro. Por consiguiente, la aproximación cultural en forma de inculturación no mira a identificarse con el Otro en su cultura, sino a descolonizar las prácticas pastorales y a la solidaridad. La Gaudium et spes dedica un párrafo a esa afinidad entre inculturación y solidaridad: "El Verbo Encarando y la Solidaridad Humana" (Gaudium et Spes 32).
La cultura es un proyecto histórico de vida, codificado en la economía de un pueblo, en sus prácticas socio políticas en su cosmovisión. La cultura es un segundo medio ambiente, históricamente construido.
Pero ¿qué significa "proyecto histórico? Proyecto histórico significa proyecto de vida. Todos los grupos sociales quieren vivir y viven gracias a sus culturas. Los moradores de la calle, los emigrantes los recogedores de papel: todos quieren vivir. Por eso todos son sujetos de culturas.
¿Cuál es la cultura para una verdadera inculturación? No es muy difícil detectar esa cultura. Ellos se alimentan, duermen, viven. De una u otra amanera "se miran", se relacionan con otras personas y grupos sociales. Crían hijos, se aman, emocionan, intentan hacer las paces; pasan por momentos de alegría y de tristeza, cargan consigo una firme esperanza en un mundo mejor, creen en Dios y tienen una ética cultural, como todo el mundo. La vida tiene sentido. Con eso tenemos los elementos esenciales para la inculturación.
Para el concepto de "culturas" es importante pensar a partir de los diversos modos de vida y de sujetos que llevan esa vida. Cuando se habla de "cultura de la paz", por ejemplo, no se trata de una cultura propiamente dicha. No tiene sujetos que puedan ser identificados, ni un territorio, donde esté siendo realizada. Al hablar de "cultura de la paz", "cultura de la solidaridad" o "cultura del trabajo" hablamos analógicamente de cultura. Es preciso distinguir entre cultura propiamente dicha y cultura entre comillas. Esas culturas entre comillas no tienen pueblo, ni territorio. No podemos inculturarnos en ellas.
Existen varias maneras de entender el concepto de cultura. Entendemos cultura como un segundo medio ambiente que los grupos sociales construyen. El primer medio ambiente es la naturaleza. Sobre este primer medio ambiente construimos un segundo medio ambiente que es nuestra cultura. Ella nos provee de instrumentos, relaciones organizadas y de sentido de la vida. Sin ese segundo medio ambiente, no conseguiríamos vivir. Y esa es nuestra diferencia con los animales. Ellos viven biológicamente, dirigidos por el instinto. Antes de la hora del peligro, las ratas abandonan el barco. ¿Son todas adivinas? Nuestra prevención del peligro funciona por medio de la meteorología, mediante aparejos técnicos y experiencias. Cultura es un ecosistema históricamente construido. En la cultura, guardamos codificadas nuestras experiencias históricas antiguas y nuestro proyecto político para el mañana.
Es útil distinguir entre civilización y cultura. La civilización es algo más amplio. La civilización no nos provee de identidad. Uno tiene identidad junto a su grupo social. No somos ciudadanos de la modernidad, somos ciudadanos de nuestro barrio, de nuestra comunidad, de nuestra familia. Por eso distinguimos entre inculturación en una determinada micro estructura, y apropiación civilizadora. La civilización es una caja común a la cual todos los pueblos contribuyen. Después podemos apropiarnos los proyectos de plata (referencia a los israelitas cuando salieron de Egipto llevando los objetos de plata) de esa civilización y dejar su utilidad en el interior de nuestras culturas. Las personas no se inculturan en la modernidad; se apropian de los elementos de la modernidad que son importantes. Las conquistas de la civilización bien ayudan, o bien perturban el estilo de vida de los pueblos. El camino que entra en la ladea indígena no necesita destruirla . Una emisora de radio, en manos de los sin tierra, pude ser políticamente muy importante. No es la civilización quien destruye las culturas, sino la barbarie que nace de la desaprobación política.
PROYECTOS DE VIDA Y "ESTRUCTURAS DE PECADO
Las culturas no pueden ser valoradas "superiores" o "inferiores", "primitivas" o "adelantadas". Ninguna cultura es perfecta o pura. Todas las culturas están atravesadas por "estructuras de pecado". Todas las culturas son luchas por la vida y luchas contra los "poderes de muerte".
La vida es don y, como tal, es herencia del pasado y tarea a ser realizada; es don gratuito y tarea responsable. El don se abre en la gratuidad del rito y de la celebración, donde los pueblos conmemoran el pasado, festejan el presente y anticipan la utopía de "la tierra sin males". La vida como tarea confiere responsabilidad. Es la dimensión de lucha y resistencia contra las fuerzas que atentan contra la vida, ya sean enemigos personales, fuerzas consideradas naturales o sobrenaturales o la propia miseria. Ambas, herencia y tarea, tienen una dimensión de contemplación y de lucha.
Los diferentes pueblos supieron adaptar sus culturas, sus instrumentos materiales, su organización social y política y su universo religioso a nuevas circunstancias históricas. Gracias a sus culturas, viven y sobreviven, resisten contra la muerte y festejan la vida. En el interior de cada cultura, surgirán formas específicas de invocar la protección de seres sobrenaturales y de convivir en paz con ellos. Con sus "instrumentos" culturales se liberan del miedo a la naturaleza y de la angustia de seres superiores. La cultura es como un laboratorio colectivo donde cada pueblo produce su identidad y los medios y comportamientos necesarios para su vida. En el interior de cada cultura, los pueblos construirán y reconstruirán su cosmovisión, sus signos y significados, su origen y su destino. En fin, producirán su religión, su visión del cosmos y del mundo. Como cada pueblo, que habita cerce de un río construye un determinado tipo de canoa para atravesar el río, así también "construirán "su religión para atravesar el río del tiempo y de la historia y para viajar allá o acá. Religión y cultura están inseparablemente ligadas.
Todas las culturas son históricas y, por tanto, atravesadas por momentos de dificultad frente a la vida y a la muerte. La cultura nunca es perfecta. La "cultura perfecta" sería el fin de la historia. A causa de esa relatividad histórica, la cultura de un pueblo nunca es normativa (superior) para otro pueblo. En todas las culturas se encuentran "primitivos" y sabios". Nuestra cultura es normativa para nosotros. Ninguna cultura, por lo mismo, puede reivindicar su normatividad frente a otras culturas. El equilibrio entre la estima de lo propio y el reconocimiento del extraño, a veces, es difícil. Todos los grupos sociales están tentados por el orgullo, el etnocentrismo y el racismo.
Las culturas, en cuanto proyectos de vida, son luchas codificadas contra la muerte. Por eso, no tiene sentido hablar de "cultura de vida" ni de "cultura de muerte". "Cultura de vida" es un círculo redondo; es una redundancia. Si "cultura de vida" es obvia, la "cultura de muerte" es absurda. Cada grupo social se junta para vivir y no para matar a los Otros y para matarse a sí mismo. Solamente así representaría una "cultura de muerte" (Santo Domingo 13 y 243").
LA HISTORIA DE LA SALVACION EN LA HISTORIA DE LOS POBRES.
La historia de cada pueblo y grupo social es historia de salvación. La hermenéutica de la historia de salvación no obliga a los pueblos a desconsiderar su cultura o a olvidar su historia, sino que nos invita a leer ambas-cultura e historia- bajo un nuevo ángulo.
Cuando los israelitas trabajaban como esclavos en la construcción de pirámides en Egipto, más o menos hacia el 1200 a. C., en la misma época, grupos indígenas trabajaban en la construcción de pirámides en Guatemala y en México. La liberación de Egipto hizo parte de la historia de la salvación. Y ¿el trabajo esclavo de los indios’ ¿No había también en su historia un libertador escogido por Dios? La historia y la cultura de los pueblos indígenas nunca fueron consideradas relevantes para la evangelización. Los evangelizadores procuraron pasar una esponja sobre el pasado indígena
Pensar la historia de la salvación a partir de una humanidad creada por Dios, no solamente a partir de un pueblo escogido por Dios. Hasta hoy no conseguimos "encajar" la historia de los diferentes pueblos y grupos sociales en una historia de salvación compuesta por muchas historias savíficamente relevantes. Las historias de salvación prohibidas y las religiones perseguidas cayeron en la clandestinidad, donde continúan hasta hoy.
EL PRIMER TESTAMENTO DE LOS PUEBLOS:
La religión de cada pueblo es el camino ordinario de su salvación. Cada pueblo y grupo social encuentra en su cultura su Primer Testamento. La presencia de Dios en la historia humana, desde la creación del mundo, precede a la Encarnación de Jesús de Nazaret.
Dios es un Dios de cercanía, que abre caminos donde la vida estaba bloqueada. En la historia de salvación, la proximidad entre Dios y la humanidad estaba siempre amenazada por la cerrazón del fundamentalismo legalista, por un lado, y por la dispersión, por otro lado. En el Verbo Encarnado, Dios revela otra vez su proximidad para con la humanidad.
Ahora, pueblo de Dios no significa exclusivamente hijos de Abraham. Pueblo de Dios son los pobres. El Espíritu de Dios ungió a Jesús de Nazaret y lo envió para anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4,18). Es el año de gracia. Se acabó la herencia, el privilegio. Jesús dice que no importa ser hijo de Abraham, pues hasta las piedras pueden ser transformadas en hijos de Abraham. Hay una ruptura con la legitimidad genealógica. Jesús no es hijo de José, por tanto, no es hijo de Abraham. Toda la historia es redimida. No hay historia que no fuera tocada por la creación y por la Encarnación. Toda la historia es historia de salvación.
VERIFICACION DEL EVANGELIO EN TODAS LAS CULTURAS.
El Evangelio no tiene cultura propia. La pluralidad e historicidad de las culturas impide reivindicar una cultura cristiana o evangélica. El Evangelio de la Vida puede ser vivido en todas las culturas.
La Evangelii Nuntiandi (n.20) aclara el equívoco de "cultura cristiana" cuando declara: "El Evangelio, y consecuentemente la evangelización, no se identifican por cierto con ninguna cultura, y son independientes con relación a todas las culturas. Y mientras, (...) la edificación del Reino no puede dejar de servirse de elementos de la cultura y de las culturas humanas. El Evangelio y la evangelización independientes en relación con las culturas, no son necesariamente incompatibles con ellas, sino susceptibles de impregnarlas a todas sin esclavizarse a ninguna de ellas".
Las culturas no necesitan del Evangelio o del cristianismo que, históricamente, son fenómenos tardíos. El Evangelio, a pesar de eso, necesita del soporte cultural, porque se expresa en diferentes lenguas, utiliza conceptos filosóficos, imágenes y parábolas disponibles. Para expresar los misterios de Dios, la evangelización inculturada no precisa de sofisticadas obras técnicas o de eruditos conceptos filosóficos. Frente a los misterios de Dios, todas las culturas son precarias, Jesús no recurrió a la cultura de Grecia, considerada superior por muchos contemporáneos suyos. La historia de salvación no pasó por Atenas, sino por Jerusalén. La cultura de Israel era suficiente.
EVANGELIZACIÓN INCULTURADA
ANALOGIA ENTRE INCULTURACION Y ENCARNACION.
El paradigma de inculturación se inspira en la analogía entre Encarnación del Verbo y la inserción pastoral en un determinado contexto histórico.
Jesús, según su naturaleza humana, nació en Belén y fue criado en Nazaret, donde se enculturó y socializó con su propia cultura. Hasta aquí, no hubo inculturación en una cultura extraña. El aprendió desde la infancia su propia cultura como todos nosotros.
Como persona divina, por lo mismo, podemos analógicamente decir, que El vino "de otro continente", salió de su "patria divina" y se incultura en una "patria extraña, la "patria humana".
La Encarnación, por tanto, tiene algo específico y no puede, sin más ni menos, se identificada con la inculturación. Necesitamos siempre distinguir esos dos momentos. Dios despojándose, San Pablo habla de kénosis, de su divinidad entra en esa cultura de Nazaret(inculturación). Pero ese Dios también nació como persona humana y se enculturó aprendiendo como los nazarenos. El Vaticano II habla acertadamente de "una analogía no mediocre" (Lumen gentium 8) entre Encarnación del Verbo y la inserción evangelizadora.
EVANGELIZAR CON LO CULTURALMENTE DISPONIBLE.
Para explicar la voluntad de Dios, Jesús de Nazaret se sirvió de lo culturalmente disponible. Con todo, no hizo imprescindible " su cultura para vivir la experiencia de Dios, e intervino críticamente en ella, cuando se trataba de estructuras de pecado".
Jesús no hizo préstamos o importaciones culturales para explicar los misterios de Dios. A pesar de la precariedad de su cultura, explicaba los misterios de Dios en un lenguaje disponible en su tierra y comprensible para todo el mundo. Jesús no mandó buscar bebida fermentada de Egipto para celebrar la última Cena con sus apóstoles. Tampoco hizo, en medio de su pueblo, lo que los etnólogos llaman de "héroe civilizador" o "innovador cultural".
En la evangelización de América, los misioneros poco se sirvieron de lo culturalmente disponible. Cuando Bartolomé de las Casas celebró su primera misa en Cuba, en 1510, él escribe que "no se bebió en toda ella una gota de vino, porque no se halló en toda la isla, por hacer días que no habían venido navíos de Castilla". Una vez que el vino no había llegado de España, se celebró una "misa seca", antes del Concilio de Trento (1545-1563) estaba permitido.
Jesús no se pronunció sobre la cuestión de género, ya que no era sentida una discriminación radical de la mujer. Para declarar algo pecado, en su cultura, tenía que existir una conciencia posible de pecado. La posibilidad de incluir mujeres en el colegio de los 12, en la época de Jesús, era culturalmente no correcto, no posible. En el transcurso de la historia, en muchas cuestiones la Iglesia se ha servido de lo culturalmente disponible para estructurar su organización y para comunicar el Evangelio. No siempre, por eso, se deben trabajar los signos de los tiempos como desafíos para una evangelización inculturada.
NORMATIVIDAD DE LA INCULTURACION.
La inculturación del Evangelio no es una opción, sino una norma. La evangelización inculturada es un imperativo del seguimiento de Jesús (cf. Santo Domingo 13).
Inculturar significa:
a. Descolonizar el proceso de evangelización (desvincular la evangelización de una supuesta cultura modelo; trabajar con lo culturalmente disponible).
b. Socializar el Evangelio y su proyecto de vida en la cultura del respectivo grupo social (alfabetización evangelizadora en lengua materna).
En Santo domingo quedó claro que la inculturación no es una opción, sino una obligación (DSD 13) que emana del imperativo del seguimiento de Jesús. La inculturación es una reparación frente a una evangelización colonizadora.
La mundalización de los mercados y la globalización informática y tecnológica amenazan la identidad de los grupos sociales. La identidad es siempre local, regional y "tribal". Pertenecemos a determinados grupos étnicos veces, coinciden con determinadas nacionalidades. El mundo-mercado sin fronteras es un mundo sin raíces y sin lealtades. ¿Cómo podemos en ese mundo impersonal, mantener nuestro "nombre propio? ¿Cómo ser completo y adulto? ¿Cómo ser reconocido, andar con la cabeza alta, tener raíz y proyecto de vida?
América latina registra en este siglo tres opciones de identidad: la identidad como identificación con Europa; la identidad de laboratorio racial y de mestizaje y la identidad específica que emerge de la lucha de los diferentes sectores sociales. Hoy estamos en esta fase difícil de búsqueda del proyecto propio en un mundo globalizado. Nuevos protagonistas, hasta hace poco tiempo considerados irrelevantes para las transformaciones sociales del mundo, emergen en el horizonte de la historia y nos obligan a repensar la acción social y la práctica eclesial. A partir de esos protagonistas, emergen nuevas teologías- teología de la tierra, teología feminista, teología india -, nuevas liturgias, nuevos movimientos y una nueva evangelización como indicadores de una época definitivamente postcolonial.
Es difícil hacer una declaración de amor en una lengua mal hablada. Es difícil aprender algo íntimo en una lengua extranjera. Es imposible evangelizar a partir de una cultura no comprendida. Los lingüistas advierten que la alfabetización debe ser hecha en la lengua materna y nunca en "una segunda lengua", en el caso de los pueblos indígenas, por ejemplo, en portugués. A partir de esa advertencia, el CIMI (Consejo Indigenista Misionero), por ejemplo, insistió e invirtió la alfabetización a la lengua materna del respectivo pueblo indígena. El resultado fue sorprendente. Los indios, después de ser alfabetizados en su propia lengua, muy rápido aprendieron a leer y a escribir también en portugués, lo que antes nunca había pasado.
Esta experiencia pudo ser aplicada a la evangelización. Si su socialización religiosa es hecha en una lengua extraña, en una cultura extraña, usted nunca entiende el sentido profundo, usted nunca "se entusiasma". El aprendizaje permanece como algo exterior. Me parece un buen argumento para la evangelización inculturada. La evangelización debe ser hecha en "lengua materna", en la cultura propia del respectivo grupo social. Es difícil hacer - tal vez no es totalmente imposible – ya que para Dios nada hay imposible – la experiencia de Dios en la cultura del colonizador. La evangelización no se trata de inculcar contenidos doctrinales, sino de vibrar con la experiencia de Dios.
DISCERNIMIENTO ENTRE CONTENIDOS NORMATIVOS, ENSEÑANZAS PARADIGMATICAS Y EXPRESIONES CULTURALES DEL EVANGELIO.
En el proceso de evangelización inculturada necesitamos distinguir tres niveles: aquello que el Evangelio presenta como contenido normativo, o lo que tiene valor paradigmático y aquello que es opción convencional.
Normativo, en el Evangelio, por ejemplo, es la Encarnación del Verbo en Jesús de Nazaret. La normatividad del Evangelio nos remite a otra cuestión: la identidad del Evangelio. ¿Qué debe ser vivido en todos las culturas? El vino, como materia eucarística ¿es normativo o paradigmático? La inculturación actúa no en el ámbito paradigmático y convencional, es decir, en aquello que representa apenas un ejemplo de una cultura y que puede cambiarse por otro ejemplo en otra cultura. Evidentemente, la inculturación no puede tocar el núcleo normativo del Evangelio. Pero ¿qué es normativo en el Evangelio?
Con la Encarnación, Jesús de Nazaret no dogmatizó su cultura. Dio un ejemplo para la "encarnación" del Evangelio en todas las culturas. Las parábolas del Reino, es claro, son paradigmáticas, por tanto, culturales. Se puede inventar en otras culturas otras parábolas. La elección de los doce, por Jesús, ciertamente era paradigmática. Cuando no fue posible administrar la Iglesia con 12 ministros apostólicos, la Iglesia aumentó el número. Hoy tenemos en la Iglesia Católica, según el anuario Pontificio de 1994, más de cuatro mil sucesores apostólicos. Por tanto, a pesar de tener el número 12 un valor simbólico importante para Jesús, la necesidad pastoral tiene más peso en la historia de la Iglesia que el valor simbólico de las 12 tribus de Yahvéh. La "necesidad de las almas" es la ley suprema de la pastoral.
Desde esta perspectiva podemos cuestionar la estructura ministerial de hoy, que obliga a muchas comunidades en el interior del país – en la amazonía por ejemplo – a un ayuno eucarístico prolongado. Si la Iglesia cambió el valor simbólico de algo que tenía significado teológico muy profundo, ¿por qué no podría cambiar el valor cultural que envuelve la cuestión del género? Si miramos, por ejemplo, las prohibiciones frente a la modernidad contenidas en la Encíclica quanta cura e no Sílabo (1864), de Pío IX, comprenderíamos que la apertura frente a muchas cuestiones discutidas es también una cuestión de tiempo. Es cuestión de tiempo y también es una cuestión cultural.
Está claro que la comunidad eclesial tiene necesidad de establecer ciertas normas y "reglas de juego" que no están explícitas en el Evangelio, pero que deben ser concebidas dentro del espíritu del Evangelio. Tales opciones "convencionales" las encontramos, por ejemplo, en la ley canónica, en las prescripciones litúrgicas, en la ley del celibato. Su cambio no envuelve la legitimidad del Evangelio. Por eso, en cualquier época- en el interior de un consenso universal y profético de la Iglesia – pueden ser discutidas y modificadas.
PRECARIEDAD DE LA INCULTURACION.
La inculturación del Evangelio siempre es precaria frente a los misterios de Dios. La realidad de Dios no cabe en los lenguajes humanos.
Cuando Jesús habló de la realidad del Reino, contó parábolas. El Reino de Dios es más o menos como esta o aquella parábola. Cuando hablamos de la realidad de Dios, siempre necesitamos recurrir a parábolas, metáforas, lenguajes poéticos. Las definiciones de los misterios de Dios en lenguajes humanos, siempre son también "falsificaciones". Se distinguen tanto por la no-semejanza como por la semejanza. La inculturación del cristianismo en el mundo helenístico hizo silenciar páginas genuinas del Evangelio. Ninguna inculturación, ninguna definición llega cerca del misterio de Dios. Alguna parte del Logos, alguna razón divina, está en todas las culturas. Pero, ninguna cultura dispone del Logos por completo. El Logos se revela en todas las culturas; a pesas de eso, se revela parcialmente. Por eso, ninguna inculturación es normativa y la aproximación pluricultural representa la mejor aproximación posible a los misterios divinos.
La inculturación es un proceso permanente. Más allá del proceso, debemos respetar diferentes etapas. La primera etapa es el momento de aproximación. Una persona o un grupo entran en un ambiente cultural extraño; se aproxima, escucha, aprende, comienza a comunicarse. Por la segunda etapa responde el respectivo pueblo. El coloca el Evangelio dentro de su cultura. Como ninguno consigue colocar el mensaje evangélico plenamente dentro de su cultura queda siempre un imperativo para una inculturación más adecuada. La inculturación no tiene un punto final.
INCULTURACION Y ARTICULACION.
La diversidad de los ministerios en la Iglesia obliga a distinguir entre ministerios cuyo énfasis está en la inculturación micro estructural de ministerios que dan prioridad, por su estructura funcional, a una articulación más amplia.
La distinción entre el ministerio de inculturación y el ministerio de articulación es importante. Los dos ministerios son complementarios. Es claro, sin presencia de base, sin inculturación, no hay necesidad de articuladores. Por eso, la presencia inculturada en la base necesita siempre de articulación con otras experiencias para no caer en el peligro de parroquialismo y para no perder de vista el objetivo de la inculturación que es la liberación macro estructural. El ministerio de la coordinación y articulación de la unidad de las luchas emancipatorias son ministerios políticamente muy importantes.
Nosotros, que pasamos por las estructuras de la Iglesia y vivimos culturalmente cerca de la clase media, tenemos enormes dificultades para convivir con grupo que viven debajo de los viaductos o con moradores de colmenas, A veces, cuando no conseguimos la inculturación en la favela, gastamos muchas energías para legitimar nuestra no-inculturación. Unos dicen: " ¿para que inculturarse en la miseria, no es nuestra tarea acabar con ella? O los que agitan banderas de "interculturalidad" del Evangelio, dicen: "El Evangelio no puede inculturarse, porque tiene una identidad histórica incuestionable". Pero, el otro pueblo también tiene una identidad histórica no negociable. ¿Podemos evangelizar sin hegemonía cultural? Detrás de muchas disculpas está simplemente la imposibilidad psicológica de la clase media para abrir la mano de sus privilegios y, con eso, la imposibilidad de inculturarse en un determinado ambiente social.
El Evangelio debe ser anunciado en todos los grupos sociales. Si no conseguimos la inculturación en determinados ambientes, tal vez consigamos descubrir los evangelizadores que ya están en el respectivo grupo, donde no conseguimos poner el pie. Porque Aquel que después de su resurrección precedió a sus discípulos a Galilea de los paganos, precede también hoy a sus evangelizadores en todas las Galileas del mundo. El primer evangelizador, que es el Espíritu Santo, padre de los pobres. Y protagonista de la evangelización, ya está entre ellos. Dios suscita en todos los grupos sociales evangelizadores. Falta descubrirlos, acogerlos, confirmarlos.
LA INCULTURACION Y LA LIBERACION.
El paradigma de la inculturación no sustituye al paradigma de la liberación, sino que lo profundiza. La meta de la inculturación es la liberación y el camino de la liberación pasa por la inculturación. La liberación macro-estructrual exige la proximidad micro-estructural.
El siglo XXI nos enfrentará a grandes desafíos. La explosión demográfica, por ejemplo. En el año 2050, vamos a tener en el planeta tierra diez billones de habitantes. Esos diez billones no van a poder vivir como vivimos hoy. Tenemos que enfrentar el problema ecológico, la disparidad social, el desempleo, las migraciones, las drogas, la violencia, la falta de adaptación del estado nacional, las políticas neoliberales. Frente a todos esos grandes problemas, la inculturación parece una fuga de la macroperplejidad y de las grandes estructuras. Ya que todas esas cosas grandes no tienen orden, vamos a dedicarnos a nuestro "pueblito". ¿Será el campo culturas como una huida del campo social?
El documento "Rumbo al Nuevo Milenio", de la Conferencia Episcopal Brasileña
Responde concretamente a esta cuestión, cuando afirma: " Debe dejarse claro que para nosotros la inculturación no sustituye a la liberación, sino que la profundiza" (n.84) La evangelización inculturada no disminuye la opción por los pobres. La pobreza también es inculturada. La inculturación no nos desvincula de los grandes problemas de la humanidad, sino que recorre los lugares, donde tales cuestiones dejan sus secuelas y señalan su presencia entre los grupos más perjudicados.
Si no comenzamos a repensar el problema de la ética, de la justicia, de la solidaridad, del machismo, del racismo, junto a los diferentes grupos sociales si no conseguimos invertir las racionalidades locales, no vamos a poder contribuir en la solución de los grandes problemas. Trabajar los grandes desafíos de una época en la micro estructura de los grupos sociales, en el interior de sus culturas, lenguajes y visiones del mundo, es un desafío de la inculturación. El cuerpo a cuerpo de la evangelización inculturada "se realiza en el proyecto de cada pueblo, fortaleciendo su identidad y liberándolo de los poderes de muerte"(DSD 13).
LIMITES DE LA INCULTURACION FRENTE A LA ALTERIDAD IRREDUCTIBLE.
En determinados contextos históricos no existe la posibilidad de inculturación del Evangelio, a no ser con el riesgo de la destrucción cultural. El diálogo interreligioso siempre es posible.
El ejemplo de "José de Anchieta/sociedad tupinambá" nos enfrenta con os propuestas excluyentes para recorrer el camino de la salvación, la propuesta del cristianismo y la propuesta tupinambá. La sociedad tupinambá es ante todo una sociedad de guerreros. El guerrero es un vengador y el vengador es el hombre culturalmente completo. El guerrero es el "santo", ya que la venganza del enemigo permite el acceso al paraíso. Las mujeres no aceptan a los "cobardes". Cada niño es hijo o hija de un asesino. Un hombre nace como futuro vengador. Los que nunca se vengan, los cobardes, quedan con Anhángua-diablo, que los atormenta sin cesar. La venganza es una necesidad de la historia y del más allá.
Y esa venganza no es expresión de odio personal, ni de deseo vengativo o punitivo. Entre la captura del prisionero y su muerte pasa un tiempo variable entre algunos meses hasta varios años. Durante ese tiempo el prisionero es tratado bien. La palabra "enemigo" significa también "cuñado" (tovajá). El captor y futuro asesino no sólo le abastece de comida, sino también de sus hijas. En la plaza de la aldea es abatido de una única lanzada. La muerte es honrosa también para los cautivos. Estos no encontrarían en la aldea de sus parientes quienes recibieran a un "cobarde" "huido", el cual les privaría de las posibilidades de la venganza.
Donde el eje de la cultura del otro es la venganza de los enemigos y donde la memoria de la venganza hace parte del futuro feliz del individuo y de la sociedad, existen pocas posibilidades para la socialización gratuita y coherente del mensaje de Cristo. En rigor, la alteridad es siempre irreductible. La "reducción" es un cañón apuntado contra el otro. Entre la práctica de la venganza como núcleo central de la sociedad tupinambá y el perdón y la gratuidad, como novedad real del Evangelio, evangelización significa o el diálogo interreligioso o la destrucción de un polo de la alteridad. La segunda alternativa establece combate ente los propios principios y los propósitos evangélicos. Este fue, muchas veces el precio de la evangelización en el interior del sistema colonial. El convertido Anchieta es un ex indio.
Por un lado, los misioneros y las misioneras del siglo XVI encontraron un mundo con signos semejantes a los suyos, pero, con significados totalmente diferentes; por otro lado, no encontraron signos correspondientes a los suyos. Anchieta, por ejemplo, no encontró la palabra pecado. Sin pecado no hay necesidad de salvación. En la comparación de lenguas diferentes siempre "faltan" y "sobran" palabras. En cada lengua solamente existen las palabras necesarias. En estos casos a la falta de palabras correspondientes, Anchieta introduce nuevas palabras y establece equivalencias. El establecimiento de equivalencias es la negación de la diferencia.
INTERVENCION MISIONERA.
No solamente la evangelización es colonizadora, sino también la evangelización inculturada representa una intervención cultural. La intervención responsable se limita al testimonio de la experiencia de Dios y a la comunicación de esa experiencia (anuncio) micro estructuralmente relevante y macro estructuralmente articulada.
Vivir y convivir significa también interferir. Nuestra intervención depende de nuestro estatuto social. En las condiciones históricas concretas, necesitamos estar atentos para evaluar críticamente esa intervención. Nuestra presencia debe ser evaluada por el espacio que sepa crear para el reconocimiento y para el protagonismo de los Otros.
El Evangelio no responde a todas las preguntas. El Verbo encarando continua, aparentemente, abandonado por Dios en los pobres crucificados y en el sufrimiento de los pequeños inocentes. " De madrugada, el asesino se levanta para matar al pobre y al indigente", se lamenta Job (Job 24,14). Hasta que veamos a Dios cara a cara, Dios permanece en el misterio. Y mediante este misterio hacemos elecciones y opciones. El Vaticano II advierte que existe en la Iglesia una "jerarquía de verdades" (UR 11)y valores (GS 37) y una diversidad legítima de prácticas(cf. Gs 92).
El Evangelio nos hace cautivo de los Otros, también nos impulsa a la ternura del amor mayor, a cautivar a otros pobres en medio de nosotros y en los confines del mundo. Universalismo salvífico no es prepotencia; no significa incorporación de todo el mundo a una única versión del cristianismo. Universalismo significa: ningún excluido. El universalismo ha de ser pensado en término de no-exclusión. Todos hacen parte de la historia de salvación. Los proyectos históricos de todos los pueblos están relacionados con el proyecto de Dios que es el Reino. Su realización es una lucha micro y macro estructuralmente articulada.
La verdad del Evangelio de la Vida, es en primer lugar, relacional, no doctrinal. El Evangelio transforma las relaciones verticales, asimétricas, excluyente, indiferentes o meramente pragmáticas entre las personas. Las relaciones del pueblo de la Nueva Alianza son relaciones simétricas de fraternidad. Lo "original" del Evangelio pasa por el testimonio de las nuevas relaciones entre las personas, entre Dios y la humanidad y la creación. Las relaciones simétricas de fraternidad apuntan hacia la gratuidad de la opción por los pobres, para el compartir y el servicio. A la globalización respondemos mediante una contextualidad universalmente articulada; a la exclusión respondemos no por la simple inclusión, sino por una nueva responsabilidad.
3. EL ENCUENTRO DE CULTURAS DEL LLAMADO DESCUBRIMIENTO DE AMERICA ANALISIS DESDE LA PERSPECTIVA DE LA EVANGELIZACION DE LA CULTURA E INCULTURACION DE LA FE.
Basándome en las conclusiones de la III Conferencia general del Episcopado Latinoamericano, se puede decir que:[19] América Latina tiene su origen en el encuentro de la raza hispanolusitana con las culturas precolombinas y las africanas. El mestizaje racial y cultural ha marcado profundamente este proceso y su dinámica indica que lo seguirá marcando en el futuro.
En la primera época del siglo XVI al XVIII aparecen las bases de la cultura latinoamericana y de su real sustrato católico. Su evangelización fue suficientemente profunda para que la fe pasar a ser constitutiva de su ser y de su identidad, otorgándole la unidad espiritual que subsiste pese a la ulterior división en diversas naciones, y a verse afectada por desgarramientos en el niel económico, político y social.
Esta cultura, la mestiza primero y luego, paulatinamente, la de los diversos enclaves indígenas y afro-americanos, comienza desde el siglo XVIII, a sufrir el impacto del advenimiento de la civilización urbano industrial, dominada por lo físico matemático y por la mentalidad de eficiencia. Esta civilización está acompañada por diversas tendencias a la personalización y a la socialización. La cultura urbano industrial, con su consecuencia de intensa proletarización de sectores sociales y hasta de diversos pueblos, es controlada por las grandes potencias poseedoras de la ciencia y de la técnica.
El advenimiento de la civilización, acarrea problemas en el plano ideológico y llega a amenazar las mismas raíces de nuestra cultura, ya que dicha civilización nos llega, de hecho, en su real proceso histórico, impregnada de racionalismo e inspirada en dos ideologías dominantes: el liberalismo y el colectivismo marxista. En ambas anida la tendencia no solo a una legítima y deseable secularización sino también al –secularismo-.
Una evangelización planteada dentro de este ambiente, marca una cantidad de desafíos que ha de enfrentar la Iglesia. En ellos se manifiesta los signos de los tiempos, los indicadores del futuro hacia donde va el movimiento de la cultura. La Iglesia debe discernirlos, para poder consolidar los valore y derrocar los ídolos que alientan este proceso histórico.
La Iglesia, en su tarea evangelizadora, procede con fino y laboriosos discernimiento. Por sus propios principios evangélicos, mira con satisfacción los impulsos de la humanidad hacia la integración y la comunión universal. La Iglesia promueve y fomenta incluso lo que va más allá de esta unión católica en la misma fe y que se concreta en formas de comunión y participación entre las culturas y de integración justa en los niveles económicos, social y político.
La Iglesia de América Latina se propone reanudar con renovado vigor la evangelización de la cultura de nuestros pueblos y de los diversos grupos étnicos para que germine o sea reavivada la fe evangélica y para que ésta, como base de comunión, se proyecte hacia formas de integración justa en los cuadros respectivos de una nacionalidad, de una gran patria latinoamericana y de una integración universal que permita a nuestros pueblos el desarrollo de su propia cultura, capaz de asimilar de modo propio los hallazgos científicos y técnicos.
El tránsito de la cultura agraria a la urbano industrial, se convierte en motor de la nueva civilización universal. La Iglesia no alienta el ideal de la creación de megápolis que se tornan irremediablemente inhumanas. Como tampoco de una industrialización excesivamente acelerada. Así, la vida urbano y el cambio industrial ponen al descubierto problemas hasta ahora no conocidos. En su seno se trastornan los modos de vida y las estructuras habituales de la existencia: la familia, la vecindad, la organización del trabajo. No hay por qué pensar que las formas esenciales de de la conciencia religiosa estén exclusivamente ligados con la cultura agraria. Es falo que el paso a la civilización urbano industrial acarrea necesariamente la abolición de la religión.
Otro aspecto que debe enfrentar la inculturación del Evangelio es el Secularismo: dice el documento de Puebla: La Iglesia asume el proceso de secularización en el sentido de una legítima autonomía de lo secular como justo y deseable según lo entiende el espíritu del Concilio Vaticano II[20]. El secularismo separa y opone al hombre con respecto a Dios; concibe la construcción de la historia como responsabilidad exclusiva del hombre, considerado en su mera inmanencia.
Aparece también, la incoherencia entre la cultura de nuestros pueblos, cuyos valores están impregnados de fe cristiana y la condición de pobreza en que a menudo permanecen retenidos injustamente. La Iglesia llama a una renovada conversión en le plano de los valores culturales, para que desde allí se impregnen las estructuras de convivencia con espíritu evangélico. Al llamar a una revitalización de los valores evangélicos. La solución no se hace esperar: es necesario un planteamiento crítico y constructivo del sistema educativo en América Latina. La necesidad de trazar criterios y caminos basados en la experiencia y la imaginación para una pastoral de la ciudad. La instauración de una nueva presencia evangelizadora de la Iglesia en el mundo obrero. El aporte humanista y evangelizador de la Iglesia para la promoción de la mujer.
Se impone una pastoral de la Cultura…
La pastoral de la cultura, al servicio del anuncio de la buena nueva y, por tanto, del destino del hombre en el designio de Dios, deriva de la misión misma de la Iglesia en el mundo contemporáneo, con una percepción renovada de sus exigencias, expresada por el concilio Vaticano II y los Sínodos de los obispos. La toma de conciencia de la dimensión cultural de la existencia humana entraña una atención particular hacia este nuevo campo de la pastoral. Esta pastoral, anclada en la antropología y la ética cristiana, anima un proyecto cultural cristiano que permite a Cristo, Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia (cf. Redemptor Hominis, n. 1), renovar toda la vida de los hombres, abriendo «a su potestad salvadora (...) los extensos campos de la cultura»[21]. En este campo, las vías son prácticamente infinitas, pues la pastoral de la cultura se aplica a las situaciones concretas a fin de abrirlas al mensaje universal del Evangelio.
Al servicio de la evangelización, que constituye la misión esencial de la Iglesia, su gracia y su vocación propia, así como su identidad más profunda (cf. Evangelii Nuntiandi, n. 14), la pastoral, en busca de «las formas más adecuadas y eficaces de comunicar el mensaje evangélico a los hombres de nuestro tiempo» (Ib., n. 40), conjuga medios complementarios: «La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros» (ib., n. 24).
Una evangelización inculturada, gracias a una pastoral concertada, permite a la comunidad cristiana recibir, celebrar, vivir, traducir su fe en su propia cultura, en «la compatibilidad con el Evangelio y la comunión con la Iglesia universal» (Redemptoris Missio, n. 54). Y, al mismo tiempo, traduce el carácter absolutamente nuevo de la revelación en Jesucristo y la exigencia de conversión que brota del encuentro con el único Salvador: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).
De ahí la importancia de la tarea propia de los teólogos y los pastores para la fiel inteligencia de la fe y el discernimiento pastoral. La apertura con la que tienen que abordar las culturas, «sirviéndose de conceptos y lenguas de los diversos pueblos» (Gaudium et Spes, n. 44) para expresar el mensaje de Cristo, no puede renunciar a un discernimiento exigente frente a los grandes y graves problemas que surgen de un análisis objetivo de los fenómenos culturales contemporáneos, cuyo peso no puede ser ignorado por los pastores, pues está en juego la conversión de las personas y, a través de ellas, de las culturas, la cristianización del ethos de los pueblos (cf. Evangelii Nuntiandi, n. 20).
[1] Comisión Bíblica Pontificia, Fe y cultura a la luz de la Biblia, Editrice Elle Di Ci, Leumann, 1981
[2] Comisión Teológica Internacional, La fe y la inculturación. Documento 1987, n. 11.
[3] Puebla, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, 1979, nn. 385-436; Santo Domingo: Nueva evangelización, promoción humana, cultura cristiana, 1992, nn. 228-286.
[4] Puebla, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, 1979, nn 386. 387
[5] Juan Pablo II, Discurso a la Unesco, 2 de junio de 1980, n. 12; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 12; Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1980 Ib. Madrid-Ciudad del Vaticano 1982, p. 848.
[6] Puebla, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, 1979, n.399
[7] Puebla, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, 1979, n. 400
[8] Evangelii Nuntiandi, Pablo VI. N. 20
[9] Puebla, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, 1979, n. 401. 403
[10] Puebla, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, 1979, n. 405
[11] Vaticano II. Dei Verbum. N.13
[12] Juan Pablo II. Redemptor Hominis. N.10
[13] Cf. Indiferentismo y sincretismo. Desafíos y propuestas pastorales para la nueva evangelización de América Latina. Simposio, San José de Costa Rica, 19-23 de enero 1992. Celam, Bogotá, 1992.
[14] Juan Pablo II. Pastores Davo Vobis. 55
[15] Cf. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo, o. c., n. 230.
[16] Cfr. Catechesis Tradendae. 53
[17] Juan Pablo II. Fides et Ratio n.71
[18] Cf. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla, o.c., n. 405.
[19] Cf. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla, nn. 409-443
[20] Cfr. Gaudium et Spes 36. Evangelii Nuntiandi 55
[21] Juan Pablo II, Homilía de la misa de la solemne inauguración del pontificado, 22 de octubre de 1978, n.5; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de octubre de 1978, p. 4; Insegnamenti I (1978) 35-41.