24 April 2024
 

20 Abril 2013.  Se ha indicado más de una vez…,  que  la santidad aparece bajo tres formas bastantes distintas, que corresponden a las tres gracias predominantes, y que ellas tienden a aproximarse, como caminos que, conducen a la cima de la montaña que hemos de alcanzar. Para el teólogo dominico Garrigou-Lagrange…estas tres gracias responden a los tres grandes deberes que tenemos para con Dios, que son: Conocerle. Amarle y Servirle.  Fuente: religión en libertad.   

       Vamos pues a tratar sobre el tercer camino que hemos de seguir para alcanzar la cumbre de la montaña. Servir o ser servido, es esta una pregunta que nos plantea una cuestión, que pocos son los que mental y realmente la han resueltos ya. ¿A que hemos venido a este mundo: A servir o a ser servidos? Desde luego que los que somos creyentes y nos tomamos en serio, lo que creemos, inmediatamente nos decimos, hemos venido a servir, cada uno desde donde el Señor nos ha situado. Pero una cosa es decírnoslo, y otra el cumplimentarlo o practicarlo.

          Nuestro Señor nos lo dejó dicho bien claro, a que había venido Él a este mundo, cuando hizo esta aseveración: "Sentándose, llamó a los doce y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. (Mc 9,35). Y continuó diciendo: “… el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. (Mc 10,45).

          Servir es un verbo, cuyo ejercicio o acción se puede ver bajo distintos ángulos. Si nos atenemos estrictamente al orden material humano, que es con el que, mayoritariamente regimos nuestras vidas, entenderemos  que, bien por nacer en un entorno adinerado, o por haber logrado ganar dinero con nuestro trabajo, sea esta ganancia lícita o muchas veces ilícita, tenemos  a nuestro juicio, un indudable derecho, humanamente hablando, a que nos sirvan, entre otras razones, porque pagamos el dinero suficiente para que así sea. En cambio el que no se encuentra en esta situación, que es la mayoría, tiene la obligación de trabajar pasa servir al que le paga.

       Y que nadie piense que en mis ideas ha influido Carlos Marx, sino solo mi amado Cristo, porque nunca olvidemos que todo lo que le pasa al mundo y a nosotros en particular, todo, absolutamente todo está o bien permitido por Él o querido por Él. Porque seamos pobres o ricos, todos estamos obligados a servir a los demás, y el rico con mucha más obligación, porque la medida de la vara con la que será juzgado, será mucho más grande de lo que él se imagina. Y no nos refugiemos en la idea de que no somos ricos, mirando siempre a los que están diariamente en los medios de comunicación y otros muchos que los son también, sin salir en los periódicos. Miremos, los millones de personas que no tieen la suerte de vivir en países ricos, como nosotros. 

        Esta forma de entender el servicio exclusivamente como un trabajo que obligatoriamente hay que hacerse para poder comer, es una visión completamente materialista del servicio a los demás. Y esto no es lo que el Señor nos dejó dicho. Todos estamos obligados a servir a los demás, seamos asalariados o adinerados, cada uno en el lugar donde el Señor nos ha situado para santificarnos, porque sirviendo a los demás estamos sirviendo al Señor. Que es nuestra principal obligación.

         San Agustín decía: “Nada podemos dar a Dios que sea nuestro; pero si podemos dar al prójimo. Dando al menesteroso grajearás para ti la abundancia”. Pero el dar, no se trata siempre de dar dinero o bienes materiales, sino el darse uno mismo, sirviendo a los demás. Se trata de servir a los demás, con nuestro amor y no solamente con nuestro dinero, porque el dinero muchas veces nos sirve de disculpa para no servir a los demás.

      En el documento del concilio Vaticano II, Lumen gentium,  se hace una afirmación muy importante cuando se dice: “Servir es reinar”. Existe también otro principio básico, que siempre hemos de considerar y que nos dice que: “Servir es amar”. Esto nos lo ratifica nuestro sentido común, porque si servimos sin esperar nada a cambio es que amamos al que servimos.

       Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los focolares dió una conferencia en Payerne (Suiza), el 26 de septiembre de 1982, y de esta conferencia tomo los siguientes párrafos: “Amar significa servir. Jesús nos dio ejemplo”. “Servir”, una palabra que parece degradar a la persona. Quienes sirven, ¿no suelen ser considerados habitualmente de categoría inferior? A pesar de ello todos queremos que nos sirvan. Lo exigimos de las instituciones públicas (¿no se llaman “ministros” las personas que ostentan altos cargos?), de los servicios sociales (¿acaso no se llaman “servicios”?). Agradecemos al dependiente cuando nos sirve bien, al empleado cuando nos atiende con rapidez, al médico y a la enfermera cuando nos tratan atentamente y con competencia… Si esto es lo que nos esperamos de los demás, tal vez los demás se esperan lo mismo de nosotros”.

 

         Lo importante, es la doble interdependencia entra los términos servir y amar, porque Amar es servir y Servir es amar. Si no amamos a los demás no podemos alcanzar el Reino de los cielos, porque desde luego que el amor a Dios está ante todo y por encima de todo, pero es el caso de que en la materialidad en que vivimos, los demás que son todos los que nos rodean, creyentes o no creyentes, buenos o malos, todos, absolutamente todos, son amados del Señor, y hay que amarles a ellos a todos ellos y servirles, es la mejor forma que tenemos a nuestro alcance de demostrarle al Señor que  nosotros le amamos.

      Chiara Lubich también nos recuerda que el cristianismo es “servir, servir a todos, ver a todos como patrones: porque si nosotros somos siervos, los demás son patrones. Servir, servir, estar abajo, abajo, tratar de alcanzar el primado evangélico sí, pero poniéndonos al servicio de todos. El cristianismo es una cosa seria, no es un poco de barniz, un poco de compasión, un poco de amor, una pequeña limosna. ¡Ah, no! Es fácil dar limosna para sentirse con la conciencia tranquila y luego condenar u oprimir.”

       El Abad Eugene Boyland, escribe diciéndonos: “Existe una tendencia a expresar nuestro celo fraternal en las obras corporales de misericordia y esta es la antigua tradición cristiana. Pero debemos recordar que nuestro deber principal para nuestro prójimo es de orden espiritual”. En otras palabras no podemos justificar nuestro amor al prójimo, agarrándonos a la materialidad de piadosas acciones. No olvidemos que el mundo tiene un importante problema que es la falta de amor a los demás. De este tema es mucho lo que la Madre Teresa de Calcuta, nos puede decir.  

       ¿Y cómo hacer para servir? En aquel discurso, Chiara Lubich, señalaba simplemente dos palabras: “vivir el otro”, es decir, “tratar de entrar en el otro, en sus sentimientos, tratar de llevar sus pesos”. Nosotros nos encontramos tan metidos en nuestros propios problemas, en nuestras propias preocupaciones y problemas que no se nos ocurre pensar que los demás los puedan tener todavía mayores, y así somos incapaces de aliviar la carga de nuestro prójimo. Servir, para el arzobispo Nguyen Van Thuan, significa hacerse eucaristía para los demás, identificarse con ellos, compartir sus alegrías sus dolores, aprender a pensar con su cabeza, a sentir con su corazón, a vivir en ellos. Podriamos decir que servir es soportar también la cruz de los demás..

        Nosotros en la medida que crecemos en la semejanza con Cristo por razón de amor, vamos siendo más capaces como Él, de tomar sobre nosotros las penas del prójimo, sin autosatisfacción ni paternalismo, sino con una fortaleza que quite de hecho la carga de sus hombros y les ayude a llevarla. Orientar toda nuestra vida hacia los demás es la clave del servicio al Señor de imitarle a Él. Servir es lo que más ennoblece a un hombre. En realidad el sentido de nuestra vida en la tierra es solo este: servir a los demás. Sirviendo a los demás, tendremos  asegurada la vida eterna pues el Señor nos dejó dicho: “El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre”. (Jn 12,26).